1 ¿67941
ALVARO FIGUEREDO
POESIA
1874 - .Centenario de \g Andad de
Pan de ▲cucar - 1974
L* iUmmtmm P*» fJkaim tStmm 4*
%N*s# f l fwerwl» ¿ri**»****.* 4r
#»í £;.s*.^wass*í»ís! ,#f üwafct^ ftafMwíí
«H f 4* 4* Ax&pm, así
Míw«<í Ríu^feáti 4» M«tSfe'Si¡4K í ■■%&>■•
SV.:.5Í «-?.»** *J*> Í,<feí*¿*SS¡&® * l.»aá?'«f». ir
i , ?T;Í,:V •'}• !*■*& «fe A****?;
éttM ípísr ki» *«<fi¡***4K* r* asr'WSáa'
«P«4& §*1» .i® «§¡*111©
Alvaro Figueredo es, sin duda, uno de los mayores
poetas uruguayos, aunque su obra, todavía poco di-
fundida, no ha alcanzado aún el amplio reconocimiento
(o, mejor, su conocimiento) que se le debe. Esta , es-
casa difusión tiene, en parte, explicación en la actitud
del poeta mismo, que, contrariamente a lo que es ha-
bitual en el Uruguay, vivió siempre obsedido por el
acto creador, que es lo sustantivo, y no por la ambición
publicitaria, que es lo accesorio ■ Tan es asi, que, a
pesar de que su producción en verso y prosa es muy
vasta, sólo frublicó dos libros de poemas, separados el
uno del otro por un período de veinte años. El primero
de ellos, Desvío de la estrella ( 1936), puso de manifiesto
que había allí un poeta, pero no todavía el poeta de
personalidad inconfundible que con plenitud se evi-
dencia en el segundo, Mundo a la vez (1956) y en
muchos otros poemas que, aun cuando no fueron reu-
nidos en libro, hicieron sentir, a quienes los conocieron,
la espléndida presencia de una voz humana y poética
de, a la vez, apasionada y lúcida autenticidad.
La selección de sus poemas que ahora se publica,
es alto testimonio de esa voz poética y humana. No es
ésta la hora del análisis crítico que, sin lugar a dudas, se
tendrá que ir haciendo, cada vez mas acendradamente,
a todo lo largo y lo ancho de este mundo poético que
apresa la aventura humana, transferida en clave esté-
tica, de su creador. Mas aunque no es el lugar, aquí i, del
análisis crítico, es preciso, sí, y a modo de una rápida
apertura, anotar algunas breves observaciones.
El mundo poético de Alvaro Figueredo, y pienso
que es necesario subrayarlo como cualidad fundamental
si se le quiere comprender en su totalidad de significa-
ción, es, a la vez, unitario y rico en inflexiones. La uni-
dad está dada por el apasionado sentimiento de lo
terrestre que late en el corazón lírico del poeta y que
permanentemente signa cada uno de sus versos. Es
un corazón siempre estremecido por los contenidos de
su entrañable contorno, tanto por las vigorosas savias
del mundo inmediato que lo rodea como por los ecos
de un pasado histórico que, con fuerte sentimiento
comunitario, siente incorporado a su propia vida. Pero
como todo auténtico poeta lírico, Alvaro Figueredo
transfunde su propio sentir a ese mundo externo ( para
él tan existente, y en el cual siempre se asienta y del
que nunca se fuga ) y lo recrea poéticamente, ciñéndolo,
en ocasiones con luces y sombras de misterio, porque sabe
ver lo que la realidad tiene de estribaciones mágicas. Este
sentimiento de lo terrestre, que es un entrañarse en
la vida y en su propia vida, confiere unidad a su obra
poética pero se manifiesta, como queda dicho, ■ a través
de una rica diversidad de inflexiones. La poesía de
Alvaro Figueredo va desde lo historie o-regional , donde
lo lírico y lo narrativo se concilian, hasta el desgarrado
subjetivismo de sus poemas “adictos al orden y el de-
lirio”, en los que } buscando las más hondas y oscuras
raíces de su propio ser, impone a su poesía tonalidades
próximas al surrealismo. En algunos de sus poemas
(léase, por ejemplo, la espléndida Exaltación de Bar-
tolomé Hidalgo,), machadianamente canta y cuenta; en
otros ( léase Cae una hoja eterna, de Mundo a la vez),
el canto y el cuento parecen trizarse para expresar fiel-
mente lo que se halla en los límites de lo expresable.
Imposible terminar sin decir algunas palabras sobre
la excepcional . tensión formal de esta poesía. Tanto en
sus poemas de entonación popular como en los que buscan
su acento en la distorsión de los ritmos tradicionales ,
es visible La lúcida conciencia de lo verbal, que arqui-
tectura sin desmayos el ritmo de cada verso y la es-
tructura total del poema. Cada palabra encuentra su
ubicación precisa, cada adjetivo cualifica con nitidez a
su sustantivo. Se siente que la inspiración creadora,
que no decae, está sin embargo, siempre regida por
una alerta conciencia estética. Todo gran poeta, afir-
maba Federico García Lorca, lo es por la gracia de
Dios o del Demonio, pero, , también , por tener clara
conciencia de lo que es un poema. Y tal es la poesía
de Alvaro Figueredo, de la que el lector podrá hacer
un primer acercamiento a través de esta selección,
realizada por la viuda del poeta, Amalia de Figueredo,
cuya tenaz devoción ha hecho posible que comience a
divulgarse, como es necesario que lo sea, la obra del
poeta de Mundo a la vez.
Arturo Sergio Visca
7
MIS OTROS
ROMANCE A ABEL MARTIN
Hace mil años, un día
al pie del mar de un espejo,
me quedé muerto mirando
la sinrazón de mi sueño.
Desde mi voz descendían
gaviotas de pecho negro,
y el mar estaba de pie
temeroso de mi aliento.
Se ahogaba un niño de miel
en su fulgor pasajero,
y me lloraba el cristal
donde yo me estaba viendo.
Mi mar era un niño azul
vestido de terciopelo,
con dos ojos desvelados
mirando mis ojos ciegos.
Le pregunté quién vivía
del otro lado del viento,
y el mar se burló de mí,
con sus razones de espejo.
Así me encontré una vez
con Alvaro Figueredo,
en un rincón de mi casa
un crepúsculo de invierno.
Mi sombra estaba detrás
de la pared del espejo,
y era el espejo un carruaje
llevándose un niño muerto.
11
2
Otra vez me puse a hablar
con Alvaro Figueredo.
Era un miércoles amargo
y al pie del mar verdadero.
Un ancho toro de espuma
con las pezuñas de fuego,
iba quebrando el crepúsculo
donde yo me estaba viendo.
El mar estaba sin ojos
ese miércoles de enero,
y se trenzaba la barba
con los olvidos del tiempo.
Yo estaba solo y miraba
al mar con ojos ajenos.
Mis ojos lloraban lentas
gaviotas de pecho negro.
De mar en mar se escuchaba
el llanto de un campanero.
El mar estaba en el mar
y el mar estaba en mis sueños.
Le pregunté quién vivía
del otro lado del viento,
y el mar se burló del mar
como si fuera un espejo.
Los dos quedamos al pie
del mar que nunca sabremos :
mi voz un poco más fría
y el mar un poco más negro.
12
El mar estaba dormido
soñando un miércoles muerto
pero yo estaba soñando
durmiendo un miércoles ciego.
Ya nadie sabe quién soy
y en cuanto soy, sólo veo
un mar que mira sin ver
las hojas de un mar eterno.
Si yo no fuera quién soy
pensara que era un espejo.
1948
13
SEÑAL EN LA NIEBLA
De un nebuloso toro que se convierte en lluvia,
se apea un niño, y llora, y sacrifica un ave
mágica, en libra, al año mil novecientos siete.
Crece y te grita: “Escuálida!”, se oculta en los
[silencios
del tiempo donde nacen los objetos, y alguien
le asusta con el mal, lo sienta en sus rodillas,
y le arma con las cinco espadas capitales.
Ve tus fugaces túnicas, sus ojos se evaporan
ante tu adusta ausencia, furtivamente busca
tus infelices muslos de limo calumniado,
te llama por tu nombre heroicamente frío,
— oh, necesaria y última! — , asume tus insignias,
tus huellas reconoce, iguales a las suyas.
¿Qué olvido nos separa? ¡Qué páramo nos une!
Me invitas a la danza nocturna mientras tocas
mi efímera envoltura de resignada nieve . . .
Desesperadamente procuro repetirme,
entre glaciales cactos te acompaño, te nombro:
“Escuálida!”, y me duermo sobre el costado diestro.
1938
14
1. - NIÑO Y RELOJ DE ARENA
(UMBRAL. — Sin niebla ni dificultades,
recuerdo la hora: la siesta, y casi, la mano
del niño: mi propia mano. Después de los
habituales juegos con las incandescentes ca-
racolas, regresaba yo a casa. Aquella siesta
enderecé mi curiosidad infantil hacia un
reloj de arena que vi apoyado en la mesa
de mármol.
Volvía yo del mar, y el tiempo se me re-
veló, de pronto, como una esencia del mar.
Me devolvió la arena muerta del reloj y lo
invertí. Me olvidé de todo. Menos del mar,
es decir, del tiempo caído en aquella hora
de arena desvalida, indicando no sé qué
hora de las olas o de la arena abundante
y calcinada que venía de pisar. Y estrellé
el reloj. Y salvé la arena.)
Huevo del tiempo, lo miró sin pena,
soñando un mar recién sobrevenido:
si le azoró una edad de niño herido,
fue un verde tacto entre su mano ajena.
Vio adelgazar las alas de la arena
y se olvidó del aire y del olvido;
porque amustiaba el tiempo un desvalido
sueño, él soñó un momento de azucena.
Cristal y mármol : trizas . . . Desventura
de verde piel y arena eterna: coro
que indujo al pez de arena al ansia pura.
15
( — ¿Cuál es el mar, Polícrates?)
Vacío
cristal. El tiempo al mar. ¡Qué instante de oro
la arena y yo, su sinsabor y el mío!
1944
16
2. - NIÑO Y RACIMO DE UVAS
(UMBRAL. — - La calle de mi casa con-
ducía a las viñas de mi abuelo. Aquel
verano, en hondos cuévanos de mimbre, se
amontonaban los prietos racimos en sazón.
Un negro viejo, todo violeta de uvas y de
vino, me ofrendó el racimo más denso de
la vendimia con estas mascujadas palabras:
“Come de él que te dará el amor. Cómelo
y las muchachas irán por tí”. Bajo algún
árbol, caviloso, me di el hartazgo de aque-
llas uvas mágicas. A aquellas uvas las reen-
contré mil veces, en paisajes sin viñas
ni Jacinto, — que éste era el nombre del
negro — , en paisajes que no debo contar.
Que canto y lloro a veces ¡cuántas veces!)
De vid me invisto y pámpanos asumo
de ayer, y al aire — ¡Acuario o Piscis! — velo,
por celebrarte, oh viña de mi abuelo,
tiempo y lagar de escarmentado zumo.
Si aquel racimo apeñuscado exhumo,
— más que de vid, de fábula — , oigo:
“Cómelo,
que te dará el amor. . . ” Y en un trascielo
yerto, a Jacinto con su mota de humo.
Qué antiguo río de ojos me atraviesa !
Yo apenas sé. Lo que murió en mi mano
torna al azar, con su vendimia espesa.
17
( — ¿Cuál es la tierra, Ulises?)
Vid oscura,
racimo eterno : amor ... ¿En qué verano
me acribilló tu munición madura?
3. - NIÑOS Y LUCES AUSTRALES
(Aquel anochecer miraba yo hacia el sur,
cómo se desmoronaba el horizonte en súbitas
cenizas. Vi danzar, tras el seto habitual, no
sé qué luces mágicas, lindísimas. Me pareció
ya entonces, un excesivo lujo del azar, que
tan efímero espectáculo estuviese destinado
a mis ojos solos. Pensé, conjeturé, que, de
golpe, y como un trueno fino iba a brotar
desde el villorrio recién adormilado, un
grito enorme, parecido al cielo o al campo.
Nadie respondió. Entonces pretendí gritar
yo, con el júbilo de la voz de todos, y el
grito, tan grande, se me evaporó distinta-
mente como transformándome el pecho, un
dulce pecho de hoja de palma. Me han
dado explicaciones desde entonces a hoy:
— ejercicio de tiro de alguna escuadra — ,
qué sé yo cuántas cosas. Pero no, aquello no
fue eso. Era otra cosa. Acaso este soneto. ..
Danzar las vi y morirse allende el seto
de cina-cina al sur. . . Su trayectoria
de calcinado trébol. Lumbre. Historia
de lumbre muerta al pie de mi respeto.
Tres. . . dos. . . ^ryngtma . . . Su esqueleto
de aire sin detí¿fo, ¿aónd'e^ ^Palmatoria
en mi estempqj^Y al sp£ de mi^jmmoria,
un volatín aíafOral. Ufúráy ! secr^|o\
19
Debí gritar lo que ahora clamo. Ramo,
bengala al mar, efímero desierto
del ser sin nombre, en que me encuentro y amo.
( — ¿Cuál es el fuego, Prometeo?)
Advierto
cuanto he olvidado : llama o tiempo, y clamo . . .
Y no sé a cual ceniza me convierto.
1944
20
ALVARO NUPCIAL
Junto en mi voz un Alvaro y lo alejo
— hacha de miel — a darme el dulce gajo
donde pende el poema en que trabajo
mi eternidad con dócil entrecejo.
Junto en mi voz un Alvaro y lo dejo
— guija de miel — rodar, Alvaro abajo,
hasta la flor de Amalia en que agasajo
mi eternidad con amoroso espejo.
Si más poema que Alvaro, me escojo,
si más Amalia que Alvaro, me elijo,
junto en mi voz un Alvaro y lo empujo
hasta el celeste niño en que me alojo,
y vuelvo a hablar del término del hijo
mi eternidad con inocente lujo.
21
SI, PERO NO. . .
Sí, pero no. . . Ni pájaro ni espada,
empuñaré muriéndome del cielo.
Sí, pero el áspid ... Sí, pero el ciruelo . . .
Sí, pero tanta vida separada.
Sí, la paloma sí, pero quemada
de vendaval y llanto y desconsuelo.
El rayo sí, pero su lirio en vuelo.
— Hamlet, decidme, cuál es mi morada?
El lirio sí, pero su rayo mudo.
La muerte sí, mas nunca dividida.
El rayo sí, pero su lirio agudo.
Sí, la paloma, amor que me desmaya.
Sí, desamor, la espada de la vida.
Sí, pero no . . . Ni rosa ni batalla . . .
22
NOCTURNO DEL MIERCOLES
Muerta la luz, inscríbome en tu muro
— noviembre 4 y tiza pasajera —
sin otro yo que el viento en la escalera
y sin más tú que yo, cáliz oscuro.
Si muerta tú, de mí, yo tan prematuro
cuánto de tí mi muerte te aligera.
Grávida luz si y Sirio y primavera
renazco en un ex-miércoles futuro.
Futuro ¿quién? ¿El aire macerado?
¿La noche en flor? ¿El árbol recluido?
¿Esta inscripción de tiza transitoria?
Ya nadie es más que miércoles segado.
Yo, no . . . Que aún puede un viernes distraído,
firmar como a una rosa esta memoria . . .
1918
23
VERGÜENZA DE MORIR
A cara o cruz me moriré sin gana
ni vocación para atizar mi duelo,
con mi gallitoverde en el pañuelo,
y el callejón al sur de Cantarrana.
Quiéralo o no, al trasluz de la mañana,
con mi corbata verdepinta al vuelo,
me moriré sin cátedra en el cielo
donde dictar el son de la campana.
Algún amigo, algunos, y el vecino
empujarán mi sombra hacia el collado
último, mío, hacia mi propia brizna.
Y yo, sin ver el miércoles ni el pino,
ocultaré mi muerte, avergonzado,
bajo un disfraz de césped y llovizna.
1954
24
NARCISO ENLUTADO
Abro el umbral del Alvaro en que moro,
junto en mi voz el Alvaro a que aspiro.
Doy un Alvaro al aire, si suspiro,
y arrojo al mar un Alvaro, si lloro.
Cae del cielo un Alvaro, si imploro,
nace en mi sombra un Alvaro, si e?qpiro,
y, Alvaro solo y sin razón, me miro,
si Alvaro tanto, a solas, atesoro.
De Alvaro tanto, más que dueño, avaro,
me voy llorando al Alvaro más duro
para olvidar al Alvaro en que muero.
Mas, sin quererlo, al Alvaro más claro,
le brindo el cáliz del Alvaro que apuro,
para escuchar los Alvaros que espero.
MIS OTROS
El caballo del sur las andrajosas
nubes de hojas últimas
vienen a mí les digo
un número un adiós sé que me aman
sin duda siempre vienen
días palomas llamas días?
polvorientas vacías renaciendo
olas actos y leyes que me nombran
desmesuradas cosas suavemente
violentamente distraídamente
me palmean al hombro
vienen vienen
alguna vez el ángel
es él es él acaso un eco suyo
vienen en grupos solos me enamoran
los riño los espanto me arrepiento
el sueño recomienza como un naipe
y se transforma en mito
vienen vienen
los acompaño hasta el último límite
del pueblo los empujo hasta la muerto
les digo innobles áridas palabras
y vienen otra vez por la ventana
no la mujer no viene
está llorando.
26
FABULA Y PAISAJE
FABULA DEL TORO
El toro estaba muerto, y no quería
morir al mediodía.
Antorcha y nieve, al término del prado,
se acostumbró, sin prisa, a su agonía.
Muerto de amor, su aliento desangrado
volvio a morirse en la mitad del día.
Caliente aún, el pecho derramado
— dos veces muerto — , nunca moriría
si, toro adentro, el toro enamorado
la siesta azul, muriéndose, embestía.
El toro estaba muerto, y no quería
morir allí ni nunca, de costado;
bestia entre piedra amarga y yerba fría
y ayer, agudo incendio entre el ganado.
Si tanto toro ayer resplandecía,
¡ qué poco toro ya, desamorado !
Miró la luz que nunca lo amaría,
lamió su muerte y se quedó parado.
El toro estaba muerto, y no quería
morirse todavía . . .
29
FABULA DE SETIEMBRE
De par en par, la yegua del aprisco
lamió su grupa azul con belfo garzo.
Era el fragante antípoda de marzo,
y verdeció en la noche un trote arisco.
Lo vio cegada ... El potro levantisco
quebró, en un brinco, el peñascal de cuarzo,
y, ascuas vertiendo, alternativo el tarso
enumeró una estrella en cada risco.
Cegada viole, pero... ¡qué mentira
el verde trote, el trance de setiembre
y el casco audaz que estrellas enamora!
Sólo es verdad la yegua que se mira
— sin potro alguno, en ascua, que la siembre
la grupa intacta y soledades llora.
FABULA DEL DELFIN
Amaneció delfín de medrosa cola
y ojo nupcial en la salada umbría.
De tanto amor que en tanto amor ardía
tan sólo ardió con su doncella sola.
Viola sirena-vientre de amapola
y dulce lomo-en verde galería,
y en molino de amor, a ras del día,
molieron mar y mar, ola por ola.
La mar estaba sola. Ni un velero.
El mar estaba solo: nadie y nada.
Solo el amor quedándose sin trigo.
Mas, otra vez, en juego molinero,
quedó la luz de mar a mar sembrada.
¿Quién me contó esta fábula que digo?
31
CABALLO EN VILO
Se encabritó, caballo de artificio,
triscó una ansiosa hierba de bengala
—o, más que hierba, amor — , y, enhoramala,
tumbó su coz el ávido edificio.
Oh, noche ecuestre y girador oficio!
¿Quién ante el arpa, en la nocturna sala,
no amó su grupa, y crin en ascua, y gala
caudal, volteando en áureo sacrificio?
Yo andaba infiel. Un niño de ceniza,
un poco ajeno al mundo y a la fiesta,
distribuyó su látigo vacío.
Era un domingo entre pavesa y triza,
y cuando el arpa amonestó a la orquesta,
monté el caballo y desperté en el río.
1950
32
CABALLO JUNTO AL MAR
Si este caballo blanco no cayera
tal como está, de grupa al mar salado,
ni yo mirara el aire, tan confiado
ni nadie a mí, tan desde el mar, me viera.
Caballo blanco, torre en la ribera,
altar en cuatro nardos asentado,
piano de sal, bajel desarbolado,
mitad del mar, mitad de la pradera.
Si este arrecife helado, caminara
un paso más entrara a mi agonía
por la salada puerta a que me asomo.
Si diera un paso más, se derrumbara.
Dejadlo, pues, allí . . . — clave del día — ,
con su laurel de escarcha sobre el lomo.
ACTA TERRITORIAL
Donde el rebaño pacta
con la colina un término de nieve,
labre la luz el acta
gozosa de este breve
territorio que al cántico me mueve.
El valle y su llanura
voy a cantar, oh madre azul y blanca.
el monte y su espesura,
el río y su barranca,
la sierra y su embrujada salamanca.
El junco del islote
y el albardón, la cortadera grata,
y el pulcro camalote
que el Río de la Plata
tributa al agua enorme que lo mata.
El cardo azul y apuesto
cuya alcachofa cana el cielo indulta,
y aquel dulzor modesto
que el macachín oculta,
y el cruento ceibo y la palmera adulta.
34
Voy a cantar el coro
que en trinadora cátedra levanta
el vasto ombú sonoro,
y el aire que me encanta
cuando un zorzal me incluye en su garganta.
Voy a cantar el trillo
fastuoso del tatú sobre la duna,
el noble duraznillo
del bajo, y la tribuna
del totoral sutil en la laguna.
Falaz banderillero
del importuno huésped, lo desvía
de su lomada, el tero,
y el cielo azul estría
con su puón y acústica ironía.
Fugaz, áureo, el cocuyo
la noche hilvana, el valle desmenuza.
Crispa un fúnebre yuyo
— ¡cruz, diablo! — la lechuza.
Vierte el zorrillo fétido su alcuza.
Ah, pero ya el orillo
del día roza el lomo de la sierra,
y el ojo del novillo
se esparce por la tierra
azul y blanca que el estuario encierra.
35
Derrama, oh cielo, entero,
sobre mi pecho el cántaro del día,
desde el albor primero
de Rocha a la agonía
de una bandada hacia Martín García.
Déjame ser poeta
y, entre verdores altos, discurriendo,
fundirme a la secreta
paloma que sorprendo
entre cerrados árboles gimiendo.
1945
36
ELEGIA DE ABRIL
Heme en abril ... El tiempo del rocío
alúmbrame la cara.
Verde es el aire y la pradera clara.
Voy a cantarle a un río.
Quiero cantar al río que me lleva,
su mínimo latido,
su dulce objeto en llanto convertido,
su melodiosa prueba.
Oh leve paz. . . Ved cómo el aire dora
el borde de mi canto.
No abril, Amor, es quien me mueve al llanto
el río es quien nos llora.
Su breve don de espuma y rostro vivo
enjúganme el cuidado
con que me doy al rumbo enamorado
del tiempo sucesivo.
Quien canta es él. . . A su designio blando
accedo, Amor, sin río.
Sólo este instante es ciegamente mío
y héme en abril llorando . . .
ARBOL LLENO DE ABEJAS
Zumba en mil ascuas de desasosiego
el aire, el aire, el aire. Nadie. Nada,
sino el aire en el aire. ¡ Oh constelada
danza, oh corona de abejeante fuego!
Tiembla en la miel confidencial del juego
un régimen de luz deliberada.
Peral en flor ... ¡ Oh torre acribillada
de tumultuoso azúcar solariego!
¿Qué aire es el aire entre las ramas? Idos
peral, abeja, danza, torre, encanto,
lumbre mudable y aire pasajero...
Yo vuelvo a mí — desando mis sentidos —
y entro a mi ser estableciendo el canto,
sillar de espuma en que me fundo y muero.
HISTORICO-REGION U
DESCUBRIMIENTO DEL VRl Cil A\
Las tres al mismo vaivén,
las tres en la misma línea,
las tres con el mismo rumbo,
las tres carabelas iban,
al mismo tiempo, soñando
tierras de la Especiería,
que a España acordara el ancho
tratado de Tordcsillas.
Mas no a benjuí, ni a canela,
ni a sándalo el aire olía;
que al sebo olía nomás
y al alquitrán de las trincas.
— ¿Qué ves, Francisco del Puerto,
doncel de la maravilla?
— Ay, Don Juan Díaz, varón
del aire azul de Lebrija,
sólo funestas señales
miro a la diestra del día:
hogueras de negros humos
hasta perderlas de vista.
— Bajad, grumete, bajad,
tu torTC de agorería;
que el novio soy de la mar
desde el Peñón a las Indias,
y, si no llega a cegarse
como una acequia amarilla,
madre de un verde canal
haré a la mar, si me mira. . .
La fragua azul de febrero
bisiestas flechas batía,
y el mar se quedó sin sal
— limón que se vuelve lima — :
todos sus filos mellados,
todas sus ascuas dormidas.
— Si verdes puertas soñáis,
catad esta agua, Juan Díaz.
— Más os valiera, a estribor,
ver cómo danzan las indias.
— Mermad la lengua, Don Juan,
si malos sueños la hostigan,
que no mujeres se ven
aunque varones se miran:
los altos pómulos, duros
como ballestas antiguas.
Con plumas llevan la frente
y la cintura ceñidas,
y tallan muertes de piedra
con minuciosas aristas.
— Remad, remeros, remad,
remad, la marinería;
mirad, en la tierra firme,
árboles rojos y ariscas
muchachas con tres azules
rayas en cada mejilla . . .
Sobre cordeles de espuma
brumosos chorlos corrían
y arcos pintaba en la mar
un pez de quincallería.
42
Atolondradas gaviotas
añicos de cielo hacían,
embravecía el instante
su resolana de avispas
y hollaban médanos de oro
las botas de la Conquista.
— Malhaya, dura centella.
— Malhaya, piedra mezquina
que ya quisiera cegarme
el manantial de la vida.
— Ay, compañero Alarcón,
ay, compañero Marquina,
que ya olvidándome están
las cuatro puertas del día.
La muerte viene por mí
con un mascarón de oliva,
y nada tengo que darle
si no la flor de mi herida,
que hasta esta flecha que sueño
más de la muerte es que mía.
Pero si la mar bebiera
mi rastro azul de amatista,
madre de tres islas verdes,
al pie del aire, la haría.
Ay, si me mira la mar
no moriré sin semilla . . .
Pero la mar se extraviaba,
pero la mar no la oía.
— Tronad, lombardas, tronad,
que muerto está Don Juan Díaz,
entre la arena y el trébol
su soledad repartida.
Francisco Torres miraba
la mariposa del día,
como un testamento azul
con negras alas de tinta.
— Malhaya la Dulce Mar.
— Malhaya su amarga orilla.
De plumas quedó, y de pólvora
la verde costa mestiza,
y un remolino enlutado
hinchó las velas latinas.
Desde Sanlúcar a Lepe
y desde Lepe a Lebrija,
negra se quedó, de pronto,
la mariposa del día,
y las campanas lloraron,
con negro son, la noticia.
— Madre, ¿qué borda la mar
con su dedal de sardinas?
— Con su dedal de aceitunas,
madre, ¿qué borda la oliva?
— Mortajas tendrán que ser
por su color desvalida;
mortajas se están bordando
— con un lirio en cada esquina
desde Cádiz a Granada,
desde Córdoba a Sevilla:
que, allende la verde mar,
muerto se nos ha Juan Díaz,
y ahumando está las paredes
el velón de la desdicha.
44
EXALTACION DE BARTOLOME HIDALGO
I. — EL VILLORRIO
El buey de la Colonia, rumiaba, ensimismado,
las lentas campanadas del tiempo; en el mercado,
pregonaban las negras de dientes diluviales,
rosquetes alcorzados y hojaldres proverbiales.
San Felipe y Santiago despertaban de prisa
para abrir los portones, asistir a la misa,
y esparcir en los cielos el olor levantisco
de candombe y estiércol, de corambre y marisco.
La primicia del alba irrumpía en las casas
con un áureo y crujiente ofertorio de hogazas,
y aguateros descalzos distribuían los berros,
que asperjaba un rocío vecinal de cencerros.
Al norte, entre el vivac aéreo de los teros,
crujían eminentes carretadas de cueros,
y al Sur, en la bahía de empinadas rocas
empavonaba el mar los tumbos de las focas.
Ahumaban los crepúsculos, velones amarillos,
y cuando, entre mugientes suburbios de novillos,
San Felipe y Santiago trancaban los portones,
dormíase el villorrio al pie de los bastiones,
ladraban al estuario los perrazos barcinos,
algún varón hojeaba sus libros clandestinos,
y en una esquina austral de sombra y de cautela
punteaba su infortunio criollo una vihuela.
45
II. — LOS AÑOS MOZOS
Nació en una calleja de agosto y de borrasca
cuando el caballo lóbrego de la intemperie tasca
hojas del sur y el este, y Santa Rosa inscribe
su voz en los vehementes cristales del aljibe,
y halaga las tertulias de mate y de barajas
que aturde el planetario rumor de las tinajas.
Hijo de hidalgo pobre, junto al mar coscojero
oyó los aborígenes bordones del pampero,
oliscó la salobre señal de las tormentas,
vio las ardientes tropas de altivas cornamentas
y dibujó en el anca de su firma ese rollo
rubricado que luce como un lazo criollo.
Anduvo entre legajos y folios, aguaitando
una ocasión de pampa y de galope, y cuando
avasalló el relámpago inglés la amurallada
ciudad, fulgió en sus puños la sangre encadenada
y le arreció en el pecho un postergado puma.
Miró el mar que editaba sus proclamas de espuma
y al cielo que blandía sus lanzas de zorzales.
Cuando el afán traspuso los verdes arrabales
refluyó el eco unánime de las caballerías
de Asencio, y sobre un fondo teatral de pulperías,
entre las polvaredas que atizan las chicharras,
vibró un febrero gaucho y azul en las guitarras.
46
III. — EL SISTEMA
Vienen indios de torso reluciente en ariscos
redomones que encienden con sus cascos los riscos;
vienen chinas dramáticas y jadeantes perradas;
vienen gauchos de barbas negras como emboscadas ;
vienen ponchos y vinchas y alaridos y el rayo
enastado, y los épicos payadores de mayo.
“Cuatro mozos del Colla, cuatro mozos de Pando,
y a bailar el cielito de Las Piedras, valseando.”
Las guitarras del pago oriental le abren ruedo,
bajo el cielo del Sitio, al amor y al denuedo.
Ay, pero esa clavija que se quiebra, esa nota
degollada... El adiós, la invasión, la “redota”:
sólo espinas los campos, sólo sed y fatigas,
y tú, Hidalgo, trovando las penurias de Artigas.
Quemazón y carnizas, abrojal y humerío,
y el aullido y la luna en el rancho vacío
y la yesca mojada, y el Queguay, y esa mata
de míomío, y la diabla vizcachera, y la pata
del caballo, y los cuervos, y el difunto, y la poca
esperanza, y la víbora, y la yel en la boca,
y si Artigas, el padre cadencioso levanta
esa patria descalza a ras de su garganta,
tú, poeta, sostienes, en tus trovas, el lema
vertical de la marcha: la palabra-^ISTEMA.
1 S V\
IV. — AL COMPAS DEL CIELITO
“A bailar los cielitos de la vuelta, paisano,
con la flor en la boca y la espada en la mano.'’
Un cielito celeste, blanco y alto, un cielito
con potrillos y espuelas en la luz del Cerrito.
Y otro cielo, cielito federal, al compás
vihuelista del Paso de la Arena, de las
contramarchas amargas, de las tabas sin suerte,
del candil agorero de humaza y mala muerte.
“Un adiós bien punteado por la patria primera
y otro cielo en Guayabos, por don Frutos Rivera.''
Cielo y cielo del godo y el porteño, y después
a bailar el cielito tricolor de Otorgués.
Y ahora Hidalgo te mando esta sombra, este llanto
esta lluvia esta pena este nudo este canto
estas 10 de la noche este martes sin luna
este adiós que te escribo en la Zanja Reyuna.
Aparcero te digo que tus coplas tu acento
tus cielitos nos llegan en las alas del viento
pero ladran los perros y además Lavalleja
está preso y la escarcha y además esta queja
del lucero y el gallo y además la carona
desgraciada en que escribo y además la bordona
enlutada y te abrazo y te pido ay de no
un cielito cruzado por la franja punzó.
48
V. — LA VICTORIA DEL CIELO
Oh corazón en armas, oh voz desheredada,
te escucho en cada ráfaga de la ciudad, en cada
esquina pregonando tu azul mercadería
voceando tu dramático mester de gauchería.
Tal vez y sin embargo, Bartolomé, no es este
teatro aquel del trébol y la payada agreste
y el desencadenado esguince de los potros.
Traiciona Buenos Aires su ceibo en flor. Son otros
infieles directorios y otro el doctor ufano
que subasta la ecuestre vocación del paisano.
Otro el amo de frac extranjero que mata
la sonrisa rural del Río de la Plata,
y usurpa sus llanuras, sus dulces litorales,
sus fragantes provincias de toros y zorzales.
Pero alienta en tus diálogos otra patria en agraz
que custodian Contreras y Chano, el Capataz.
Escucho, Hidalgo, el verde son de tu romancero,
pero la muerte llega al trote largo, pero
sus cascos los dispersan en musicales trizas
y avientan tu fantasma de inéditas cenizas,
pero yo nombro un día, hoy por ejemplo, ahora,
la voz de tu sencilla guitarra precursora,
y, oh juglar de la pampa, te rescato y promuevo
tu primogenitura celeste al cielo nuevo.
1952
49
IV. — AL COMPAS DEL CIELITO
“A bailar los cielitos de la vuelta, paisano,
con la flor en la boca y la espada en la mano.”
Un cielito celeste, blanco y alto, un cielito
con potrillos y espuelas en la luz del Cerrito.
Y otro cielo, cielito federal, al compás
vihuelista del Paso de la Arena, de las
contramarchas amargas, de las tabas sin suerte,
del candil agorero de humaza y mala muerte.
“Un adiós bien punteado por la patria primera
y otro cielo en Guayabos, por don Frutos Rivera.”
Cielo y cielo del godo y el porteño, y después
a bailar el cielito tricolor de Otorgués.
Y ahora Hidalgo te mando esta sombra, este llanto
esta lluvia esta pena este nudo este canto
estas 10 de la noche este martes sin luna
este adiós que te escribo en la Zanja Reyuna.
Aparcero te digo que tus coplas tu acento
tus cielitos nos llegan en las alas del viento
pero ladran los perros y además Lavalleja
está preso y la escarcha y además esta queja
del lucero y el gallo y además la carona
desgraciada en que escribo y además la bordona
enlutada y te abrazo y te pido ay de no
un cielito cruzado por la franja punzó.
48
V. — LA VICTORIA DEL CIELO
Oh corazón en armas, oh voz desheredada,
te escucho en cada ráfaga de la ciudad, en cada
esquina pregonando tu azul mercadería
voceando tu dramático mester de gauchería.
Tal vez y sin embargo, Bartolomé, no es este
teatro aquel del trébol y la payada agreste
y el desencadenado esguince de los potros.
Traiciona Buenos Aires su ceibo en flor. Son otros
infieles directorios y otro el doctor ufano
que subasta la ecuestre vocación del paisano.
Otro el amo de frac extranjero que mata
la sonrisa rural del Río de la Plata,
y usurpa sus llanuras, sus dulces litorales,
sus fragantes provincias de toros y zorzales.
Pero alienta en tus diálogos otra patria en agraz
que custodian Contreras y Chano, el Capataz.
Escucho, Hidalgo, el verde son de tu romancero,
pero la muerte llega al trote largo, pero
sus cascos los dispersan en musicales trizas
y avientan tu fantasma de inéditas cenizas,
pero yo nombro un día, hoy por ejemplo, ahora,
la voz de tu sencilla guitarra precursora,
y, oh juglar de la pampa, te rescato y promuevo
tu primogenitura celeste al cielo nuevo.
1952
49
ROMANCE DE
LA BATALLA DE LAS PIEDRAS
Las doce han dado y sereno. . .
Resuena el grito noctámbulo
en la paz de la flamante
capital del Virreinato.
Un eco lleno de perros
borra el pregón, acosándolo.
Que son las doce no hay duda
lo afirman lucero y gallo;
en punto a serenidad,
sereno, está mas no tanto.
Que el Virrey está sin sueño
que Artigas se lo ha quitado:
el 25 de abril
cambió San José de manos,
el 29 rindióse
sin combatir Maldonado,
y hacia el sur trotando van
dos aludes desmanados,
un mismo rumbo siguiendo,
un solo cauce buscando.
Insomne el Virrey está,
está el Virrey desvelado.
Velones de sebo tiemblan
amarillos y aterrados,
cuando el Virrey viene y va
con los sus labios sellados.
50
Cejijunto se pasea
por la sala a paso largo.
Diode el ceño su cólera,
su inquietud dícela el paso.
Si su sombra no se ve
recorrer el muro blanco,
es que oficíales en fila
le remir an a ambos lados.
Cuando d Virrey se repone,
así prorrumpen sus labios,
a<á al Capitán Posadas
ordena con gestos agrios:
— Traeréiáe codo con codo,
que yo el Virrey, os lo mando;
masones de allende el rio
gauchos de aquende, hanlc dado
ínfulas que mal le avienen
a tan grande perdulario.
Corno Virrey que lo soy,
como Elío que me llamo,
juicio abriránle estos muros
como a perro sa nguin ario.
En d pueblo de Las Piedras
habéis de cerrarle el paso;
tres leguas de aquestas losas
no habrán de pisar sus tacos;
si es que sus botas traidoras
el suelo montevideano
vuelven a pisar, lo sea
como reo y por juzgarlo.
SI
Id ya, Capitán Posadas
y en nombre del Rey Fernando
como a blandengue sin ley
entregádmelo aherrojado.
Y así Posadas responde,
mano al pecho, tono airado:
— Vuestra orden voy cumpliendo
para prez y desagravio
de aquesta noble ciudad
de San Felipe y Santiago
por dar de lealtad ejemplo,
y gusto a mi propio brazo.
En el burgo de Las Piedras
mil godos han acampado;
furiosas pitas afilan
su rencor americano,
cuando irrumpe el español
en la paz del vecindario.
Tres días ha, con sus noches,
que Artigas viene buscándolos.
Si ya no diera con ellos,
si ya no los ha guerreado,
de lerdo no se le tache
sí que de muy esforzado,
pues que la marcha se hace
sobre campos inundados.
Chasques vienen, chasques van,
cruzando ríos a nado.
Los ríos, fuera de sí,
no quisieran darle paso;
52
mas ton gauchos k» jinetes
y ¡ guay !, k) que puede un gaucho.
Tres días con sus tres noches
han sudado los caballos,
desde Pando a Canelones,
de Canelones a Pando,
que de entrambas puntas bajan
como dos ríos hermanos,
— en impaciencia parejos
si es que aún no en lid apareados — ,
gente que Manuel Francisco
soliviantó en estos pagos,
y gente que en el oeste
se akó con José Gervasio.
Si d temporal diera tregua
otro gallo habría cantado,
mas desde el 12 de noche
al 16 despuntado
un solo paño de lluvia
se estuvo deshilacliando.
De acá va Manud Francisco
con trescientos voluntarios.
Hasta más de los encuentros
las bestias resuman barro,
que chiripá de merino,
d cielo ha estado negreando,
y por no mostrarle tan
agorero le agenciaron
cribos de plata, la lluvia,
cordones de oro, el relámpago.
53
El 16 la escampada
les abrió cancha y marcharon.
El godo por impedirlo
hasta el Sauce ha destacado
una patrulla que, al fin,
llega sin poder lograrlo;
pero ya que llega al Sauce,
pero ya que allí ha llegado
sobre la estancia del padre
de Artigas entran a saco
y hacia el sur arreando van
los mil vacunos robados:
que si no mil reses gordas
sí que son mil odios flacos . . .
La tarde del 17
los Artigas se encontraron.
El Canelón Chico puede
decir lo que yo me callo,
que azules lenguas le sobran
para avivar el relato.
Lo que sí agrego, seguro
de no errar ni por un palmo,
es que esa gloriosa víspera,
es que esa noche de mayo,
hablaron más que las bocas
las brasas de los cigarros . . .
Despuntó azul, azulísimo,
el 18 presagio
de que ha de ganarlo quien
más azul haya estribado.
Chaqueta azul se abotona
Artigas desde temprano;
chaq ueta azul de blandengue,
el cielo, por imitarlo,
que de sol a sol se estuvo
de este modo uniformado.
Azules las verdes pitas
y azules los verdes pastos;
azules chispas despiden
los ojos de los caballos;
que hasta de azules razones
las frentes azulearon.
A un par de leguas y pico,
— de chingólo el pico acaso — ,
dos ejércitos, dos rumbos
de la historia se avistaron.
A las nueve, oid, las nueve
rompió el toe toe de los ca s co s
de entrambas caballerías
el sopor azul del campo.
Mil hombres de cada parte
a las nueve se alinearon
campo y día en dos partieron
por venir a disputarlas.
A las nueve, no sé bien
si por criollo o por baquiano
apostó el sol su onza de oro
a la carta de los gauchos,
previendo que no era juego
de reyes el de esa mano. . .
55
A las 9, exactamente,
del 18 de mayo
salió don Antonio Pérez
a cumplir artero encargo.
El español por seguirle,
abandona un altozano,
así su ventaja toda
sin querer ha mal usado.
A sus capitanes llama
Artigas para informarlos
de su plan y distribuir
las alas de su comando.
La izquierda da a Valdenegro,
el ala diestra a su hermano.
A las 11, oíd, las 11,
a batallar han entrado.
A las 11 se movieron
los ejércitos contrarios.
A las 11, oíd, las 11,
setos de pita añoraron
más que sus lanzas fallidas
su bohordo atalayado,
su nostalgia de altas flores
con que ver el espectáculo.
Seis horas se combatió
sin dar ni tomar descanso;
tacuaras tintas en sangre
el alto cielo tocaron.
¡ Qué torres de negra pólvora !
¡Qué torres de cuervos altos!
Por el fondo de la muerte
diez cañones preguntaron ;
negra respuesta le dan
remolinos de caballos.
Bajo un ombú de humo negro
cien hombres se están helando,
los ojos llenos de sol
y anochecido el costado.
Un horizonte de pólvora
a Posadas va cercando;
las patas de cien caballos
siente detrás de los párpados.
Bandera de parlamento
Posadas ha levantado.
A las cinco de la tarde
£e rindieron los hispanos.
Mas de este modo no acaba
esta jomada de mayo.
Que 140 guardias
cuidan el burgo cercano,
hanse cerrado en la iglesia
y apeñúscanse en el atrio.
Artigas a Valdenegro
envía por intimarlos.
Valdenegro al burgo va
y así dice a los contrarios:
— Si habéis de entrar en razones
sea presto y sin reparos.
Y dos cuñetes de pólvora
pone del atrio a ambos lados
57
y senda de muerte va
con la pólvora regando
hasta el centro de la plaza
donde por fin se ha parado.
Luego que enciende una mecha
la alza con la diestra mano.
El enemigo le ha visto
el enemigo ha temblado,
que tamañas actitudes
se cumplen a corto plazo.
Ya la guardia se ha rendido
ya sus armas ha entregado.
Clarín azul, azulísimo,
ha salido a publicarlo.
— Compareced, campanero,
venid y con ambas manos
rebatid los altos bronces,
— doble flor del campanario. —
Campanero de Las Piedras
rebatid los bronces altos
porque pregonen la gloria
del 18 de mayo.
Cuando así flores de bronce
hacia la altura sonaron
las pitas otoñecidas
creyeron que era verano.
Pan de Azúcar, 1941.
ROMANCE DE LA DECLARATORIA
DE LA INDEPENDENCIA
Lluvia gris, de un solo lienzo.
Amalhaya si escampara . . .
Zaino de pescuezo arqueado
ensilla un gaucho de barbas,
cuando la cincha le ajusta
dos barrigas se le marcan
a la bestia, dibujándole
un perfil de calabaza.
Un negro de ojo amarillo,
mordiendo el pucho de chala,
la cuchilla de la Cruz
adivina bajo el agua.
Un gaucho de barba negra
y un negro de mota blanca.
— A dónde irá el General?
— Va a la villa que mañana
es veinticinco de agosto,
día de grande esperanza.
— Aha . . .
Monta el General
y hacia la villa cabalga,
que en la Florida se dieron
cita la pluma y la espada.
Ya van dos meses corridos
que fueron propios con cartas
de puño y letra de Don
59
Manuel Calleros firmadas,
con la circular adjunta
que explica bien a las claras
cómo han de elegirse los
diputados de la patria.
La lluvia pone al caballo
nerviosas crines de plata.
La villa de la Florida,
villa de Florida Blanca,
— la Iglesia y a tiro de honda
el puñadito de casas — ,
en un altozano está
un arroyo a cada banda.
Bien lo sabe el General
que a un galope de ella acampa
con mil patriotas resueltos
a entreverarse en batalla.
La Villa de la Florida,
villa de Florida Blanca,
tres lustros de vida tiene
(aunque su historia es más larga)
que el año 9 el Cabildo
hizo donación por acta,
(previo dictamen del síndico
que asuntos del Fisco trata)
de la estancia del Pintado
para que fuera fundada
y un canon anual le fijan,
— de cuatro reales por cuadra —
los cabildantes en prosa
muy sentenciosa y galana.
60
Mas ya no recauda el canon
el Mayordomo de España:
porque don Pedro I
del Brasil es el que manda,
y Leror es quien gobierna
esta cisplatina Banda.
Y La valle ja es el jefe
de la fuerza mencionada,
que a galope va a la Villa
porque en la Villa lo aguardan.
Del cuartel a la Florida
hay una legua. Cabalga
entre talas y laureles,
el General, sin más guardia
que el pelotón de lanceros
del chaparrón a su zaga.
— Dése prisa, General,
que a la patria lleva en ancas
y el paso de los Dragones
está con seis cuartas de agua.
Santa Rosa, mayorala
de temporales chasquea
látigos largos de plata.
El General Lavalleja
costea, — las riendas altas — ,
el Santa Lucía Chico
entre laureles y talas.
— Dése prisa General
que a la patria lleva en ancas.
Y el general más defiende
esa imagen de su alma
61
porque el fango no le alcance
el entredós de la enagua.
— Dese prisa General
que es gran día el de mañana
y los cuervos del Imperio
no están metidos en jaula,
que un bando dictó Lecor
poniendo precio a su fama,
diz que mil quinientos pesos
por su cabeza ofertara.
Así le habla al General
la voz de la sudestada,
y él se sonríe con una
sonrisa incrédula y ancha;
que a tal bando no le teme,
ni la tinta de él le mancha,
que con la muerte ya tiene
más de una polca bailada.
Veraces crónicas cuentan
a fe que no le entran bala
ni chuza, y es la verdad
pues hay como atestiguarlo.
¿Cuántos caballos le hirieron
y mataron que él montaba?
Un indio perdió la cuenta
que hasta diez no más contaba.
¿Y cuándo en el año 13
de Vigodet se burlaba
haciendo escarcear el pingo
del godo en las propias barbas,
ahí nomás como quien dice
mismo al pie de la muralla?
Poned atención y oíd
de qué modo se burlaba:
cuando a tiro de pistola
y más cerca de ella estaba
con la mano abierta, así
en la boca se golpeaba.
— Dése prisa. General . . .
Ya va entrando por un abra;
ya el zaino sufre la orden
en los ijares clavada;
ya resoplando atropella
el cristal de la picada;
ya el recio cauce vadea
con las estriberas altas:
ya va a galope tendido
entre el verdor de las chacras;
ya entra por la calle real;
ya va doblando la plaza;
ya, al costado de la Iglesia,
el General descabalga,
con un pañuelo secándose
la mucha agua de la cara.
Chisguetes de barro chirle
le recaman la casaca
con muy dignos entorchados
que así le ofrece la patria.
El cura de la parroquia
piensa, con imagen sacra,
que nunca el barro tuviera
63
virtud tan inmaculada
desde que Dios le infundiera
vida a materia tan baja.
Ya a recibirle han salido
muchos patricios y damas.
Doña Bernardina, esposa
de Rivera, así le habla:
— Compadre, si usted quisiera
esa ropa se mudara.
Y el general le contesta
de esta guisa: muchas gracias
señora; eso lo haremos
después que tengamos patria,
y a paso de héroe penetra
al interior de la sala
donde están deliberando
varones de prez hidalga.
Se hace un silencio abierto
en abanico, que guardan
manos que buscan su mano
y cervices inclinadas
y algún suspiro de plumas
sobre la cuartilla blanca,
que hasta el goterón del patio
enmudeció en la tinaja.
El general Lavalleja
con palabra esperanzada
hace un examen prolijo
de las fuerzas de la patria
y sobre la mesa deja
la espada desenvainada
64
para que sea la ley
quien se la vuelva a la vaina.
Desconocidos caballos
se ven desde la ventana.
Las bestias girando en torno
del firme palenque, atadas,
bajo un trigal de lloviznas
van, con forastera estampa,
moliendo en fácil tahona
líquidos granos de plata.
El ojo del General
los va palmeando en d anca.
A todas les oscurece
d pdo la lluvia tanta:
las tordillas están moras,
Las bayas están tostadas,
éstas, zainas, y estas otras
como la noche cerrada.
¡Qué agosto más Llovedor!
¡Un diluvio! Si escampara . . .
igual que un pucho, el crepúsculo
pura ceniza, se apaga
y la noche va colgando
una por una las trancas
poniendo en todas las bocas
la palabra esperanzada:
— Hasta mañana!
¡Qué fé
al decir — ¡ Hasta mañana !
* * *
65
El veinticinco nació
azul de la cruz en anca,
día de feliz memoria
inmortal desde las barras.
Gente forastera llega
en carruajes y volantas;
por no perder la función
traen el lucero de cuarta.
Sobre la villa flamea
una emoción de tres franjas.
Los diputados están
instalados desde el alba;
bajo un techo de totora
peinada con mucha maña
catorce sillas ocupan
de la sala toda el área
que mide ni un dedo más,
cuatro y media por seis varas.
El acta de Independencia
los diputados redactan.
Don Juan Francisco Larrobla
dicta con palabra tarda
lo que se escribe con pluma
prolijamente cortada.
Escribe Felipe Alvarez
con dignidad caligráfica.
Así se entienden:
— ‘Dos puntos”
— “Está”.
“1" Declara
írritos, nulos, disueltos
66
y de ningún valor. .
Pausa.
Un callado amor azul,
blanco y rojo los embarga
que la luz del patrio día
resplandece en la ventana
y la mitad de las negras
vestiduras les destaca.
¡Que Don Felipe! La pluma
levanta para admirarla
v al fin recobra la hebra
✓
del texto hasta el fin del acta.
Ya los patricios se inclinan:
resueltos para firmarla
y absortos en el barroco
plan de la rúbrica hispana.
Ya el rancho dejan, ya cruzan
con grave ritmo la plaza.
Toda Florida va en pos
en comitiva apretada.
Ya doblan al este; ya
la solemne caravana
andada la cuadra sexta
se allega a la Piedra Alta.
Los diputados la trepan
para dar lectura al acta,
cada cual digno en su frac
y Larrobla en su sotana.
La voz del lector flamea
ya azul, ya roja, ya blanca,
como recóndita seda
con los colores del alma.
Vivas y aplausos conmueven
la brisa sabrosa y calma;
en el aire hay no se sabe
si palomas o campanas;
la corriente del arroyo
dobla la rodilla y pasa . . .
— Tended el mantel más rico,
el que está al fondo del arca,
y el vino de más edad
servid en copa labrada.
Veinte leguas hacia el sur
la ciudad amurallada
sufre un sueño de cadenas
junto al Río de la Plata.
— Alzad bien alto la copa,
alzad la copa bien alta:
¡Que pronto Montevideo
se libre de gente extraña I
Arriba, el cristal del brindis
florece en rosas labradas.
¡Oh veinticinco de agosto,
inmortal desde las barras,
flameando sobre la historia
como un cielo de tres franjas!
68
ROMANCE DEL CANDIL DESVELADO
Ay, d candil, d candil,
—medio jeme, poca espiga—,
si nadie lo despabila.
( ‘¡Qué noche p’al pobre Juan!”)
En d mojinete crispa
remolinos (fe lechuzas
un viento lleno de espinas.
Ay de aqud que va trotando
montado en yegua tordilla,
— recién herrada en Solis — ,
por las quebradas de Minas.
Crinudo, azul, d relámpago
sobre las sierras afila
navajas de cañadones
y centellas amarillas.
Y d candil, — baba de sebo — ,
d candil de la cocina,
mordiendo con diente de humo
hojas de palma bendita.
“ — Señora Centdla, tengo
mis ventanas guarnecidas
con verdes gajos de ruda,
soñando la luz del día.
Son tres y las tres están,
señora, com p rometidas.”
M
“ — Por la señal de la santa
cruz. . .”, cuando el trueno imagina,
con vellón de medianoche,
almohadas de pesadilla.”
“ — En mi rancho no hay espejos,
Santa Bárbara bendita,
ni cuchillos encelados
en chairas de mala chispa,
pero ¡ ay ! de aquel que se fue
tropeando en yegua tordilla,
cuando el rayo acampa en negros
albardones de ceniza”.
Trenza de cuatro temblores,
con tientos de avemarias.
Noche de mate lavado;
candil de espiga vacía . . .
Ay, las mozas, ojos grandes,
ay, la madre, sombra chica,
ay, el candil, el candil,
cada vez que se santiguan,
cada vez que el hacha infunde
cruces de sombra en la quincha,
cuervos de sombra aguaitando
el candil de entraña tibia.
Y el hacha, candil del aire,
preguntando por el día
y amadrinando el relámpago
por canchas de brujerías.
70
Ay, el candil, el candil,
charquito de sangre fría,
mostrando la entraña por
donde se le fue la vida.
¡Con un corazón tan blando,
ay, y con tamaña herida!
Cuatro mujeres temblando
y un varón llegando a Minas. .
ROMANCE DE TIO NARCISO
Cuando la siesta enfurece
sus arrabales de tunas,
y la sandía se siente
más galarcista que nunca,
Tío Narciso quiebra el aire
con chirlos de luz aguda.
— Neglo, ¿pelo diande shaca
plata pa tanta mamúa?
— Ejate’e cosha mujé,
no ve qui shon cosha tuya . . .
Cuesta abajo, cuesta arriba
cuando la siesta le azuza
con un hocico barcino
de resplandor y penumbra,
acá viene Tío Narciso
— las motas de pasa de uva —
con un chicote de envira
coleando en la mano zurda,
testones de buscapié
y eses de anguila difunta.
Una peonza amarilla
desde la cresta a la púa,
el negro va chicoteando
y el trompo zumba y rezumba
que ya en el aire revientan
los cascabeles que anuncian
que la diligencia está
por llegar a Pan de Azúcar.
Cuando suda, cuesta arriba
entre las doce y la una
y chisp ean piedras entre
paréntesis de herraduras,
y, en la orilla del aljibe
se queda azul la tortuga;
la voz zafada de un loro
incandescente lo burla :
— Negk», ¿pelo diande shaca
plata pa tanta mamúa?
Y el negro baila que baila
hace añicos la cintura,
entre los labios de hojaldre
ríen sus dientes de azúcar.
— No ti mi vay’a ladiá,
qui ti vi’á dal una un tula,
con ete chicote’e envila
bata dcjalte calcunda . . .
En la de la posta
los changadores disputan
valijas de hule caliente
y escotes de hembras esdrújulas.
— Shi ti mi cai n’cta cuad l a,
v’a aguanté la quemalula . . .
Y cuando el poste esquinero
queda sin sombra ninguna
y se derrama en la calle
la forastera balumba;
y el gallo del truco enarca
sus cuarenta y siete plumas,
San Isidro Labrador
sueña propinas de lluvia.
— Shi no ti mi polta bien
ti viá a shacá lash achula . . .
La comba luz del verano
hacia el oeste se anubla;
el mallorquín de la fonda,
rabiando ajíes encumbra
torres de arroz y pescado
con almenas de lechuga.
El cuarteador bebe cuatro
cañas, porque está en ayunas.
El viajante de comercio
bebe vermut y sepulta
en las torres mallorquínas
tinguiñazos de aceitunas.
Las mujeres se abanican,
miran las nubes y cruzan
las piernas con poco tino
y el comisario se educa
los avispados bigotes
con una anécdota chusca.
74
Cesa el tiempo sobre la áurea
moneda que el trompo adula:
— Shi ti mi lleg’a ladiá,
ti viá mand'á a la cafúa. . .
Siete caballos jadean
sus intervalos de espuma.
Y cuando, sobre la Sierra
de las Animas, despunta
la baraja de una nube
con la pinta cejijunta
el cuarteador bebe el quinto,
vaso de e^üa con ruda
y jura llegar a Rocha
si las estrellas lo ayudan.
Cuesta abajo, cuesta arriba,
ruando la luz se derrumba,
y el negro olisca su rancho
y el pororó de la lluvia.
— Negk), ¿pelo diande shaca
(data pa tanta mamúa?
— Ejate ’e cosha. Malla,
no ve qui son cosha tuya . . .
Todo canta. El Negro canto
su negro son de cachumba.
Cantando la lluvia arrastra
insolencias de lechuzas.
75
En la sartén cantan, anchas,
las tortas fritas, su holgura.
Y hacia el sur, el cerro canta
la canción de Pan de Azúcar,
como un tamboril de piedra
que no se le acaba nunca.
Nota del autor. — Este romance escrito con anterioridad a 1947, se ha man-
tenido inédito porque: 1) desde entonces me desligué de aquella especie
de poesía narrativa, en busca de los más hondps motivos líricos: y porque.
2) no encontré en 1947 el medio natural de publicidad que el romance exig 1 »-
Hoy, ahora, las circunstancias enmiendan la segunda actitud sin desheredar ,
primera. Tío Narciso es personaje real. No lo conocí, pero la generación
pandiazuquensc anterior a la mía, se solazó con él y su sórdido ranc o
rodeado siempre de objetos mágicos y de inolvidables matas de saúco.
76
ROMANCE PARA
ACOMPAÑAR A UN DIFUNTO
Hada el norte gris de nubes
arde el cardal de los teros.
Entre dos maizales ruines,
tranco a tranco va el entierro.
Son veinticuatro jinetes
en matungos chacareros,
— contados los tres dolientes,
todos de merino negro:
pañi irlo abierto en la mano,
barba clavada en el pecho — .
Los quince llantos del niño
van sobre un carro de pértigo.
En la cruz de los caminos
se santiguan cuatro vientos.
— Ay... ¡Qué desgracia, compadre
— Lo acompaño el sentimiento. . .
La helada quemó los trigos
de Don Juan y de Don Pedro;
y en las puertas y ven tan a s
oyeron golpear un dedo,
mitad de trigo cuajado,
mi tad de mal sin remedio.
Y después aquel verano
malo, malo, seco, seco. . .
Eran muchas siete bocas
para un rancho chacarero.
( — Andá a decirle al Alcalde,
o, mejor, quédate quieto . . . )
El niño fue por palomas
con la escopeta a los cerros:
algo, por quedar callado,
mucho, por quedarse lejos . . .
Desde un alto vio el rastrojo
sin San Isidro ni perros.
Vio la lima desuñida
con su lengua de luceros.
Un cielo muerto de sed
lamiendo piedras de enero.
Todo lo vio desde un alto,
casi acodado en el cielo.
Lloró por la madre flaca,
lloró por el padre viejo,
lloró por sus cuatro hermanos
y hasta por sus cuatro perros.
Y se desgranó llorando,
mazorca de grano entero;
hasta los pies le corrían
llanto y maíz cuarenteno.
Y apoyó el arma en un tala,
tumbado en el pasto seco;
metió el cañón en la boca
y le halló gusto a lucero.
78
(Algunas k ñaman muerte,
otros k llamamos miedo,
que soñar siempre será
morirse entre pastos muertos.)
V como estaba acostado,
metió en d gatillo el dedo
dd pie y preguntó a la muerte
la paz de los chacareros.
Lo encontraron, can tibio
charco de sangre y silencio. . .
— Ay . . . ¡Qué desgracia compadre
— El mal no tiene remedio. . .
Son quince llantos que van,
tranco a tranco, al cementerio.
ROMANCE DEL POTRO
DE LA VERDE SEÑAL
Le verdeaba entre los dientes
una rama de arrayán . . .
Debió ser cuándo . . . quién sabe !,
pero es la pura verdad:
jurar, eso sí, no juro
porque no quiero jurar.
En el monte, duro monte,
en su cumbre y soledad,
mordiendo yerbas y brisas
allí se estaba, sin más
que olfatear el norte verde,
dando el anca al verde mar:
mitad caballo tordillo,
mitad fantasma bagual.
Ojos de hombre lo avistaron
más no pudiéronle echar
el lazo, que se cerraban
las ramas de par en par.
De peña en peña envidiaron
los hombres su soledad.
Sólo viéronle un espejo
de sudor en cada ijar;
sólo viéronle, entre dientes,
lucir la verde señal,
y olvidáronle en su amargo
laberinto de arrayán.
80
(¿CHvidÁronle? El más viejo
se fue a trenzar un bozal.)
Todo el pago se abrió en tomo
de una altiva voz feudal :
“ — Que lo traigan, vivo o muerto,
á un ba gual es un bagual,
un hombre es un hombre y siempre
d hombre es quien puede más.”
Entre noche y alba, treinta
jinetes al cerro van
rompiendo espacios ecuestres
en la torva soledad.
Una chispa más pequeña
que una baya de arazá,
monte arriba fue buscando
lo que era de olvidar.
Ya zumbaba el mediodía
en la flor del arrayán:
medio monte era ceniza,
rojeaba la otra mitad.
Jadeantes perros lamían
las piedras del manantial;
altas llamas olvidaban
la culebra y d jaguar;
altas l lama* se mordían
de arrayán en arrayán.
Duro silencio partido
de un tajo por la mitad;
81
la sandía de las doce
abierta de par en par.
No más que un tajo tordillo
entre dos: ¡abajajaaas!
Miente quien diga que vio
al potro! Ese no vio más
que la crin de una centella
tordilla, al pie de la mar.
Parados en los estribos
treinta jinetes están:
un absorto mar ecuestre
cara a cara al otro mar.
Cuando el bagüal era un punto
en la pampa de agua y sal
resolló un gaucho:
“—Ya los
vasos se te ablandarán.”
(Cuando ya no hubieron ojos
que lo vieran sobre el mar,
¿quién le ajusta riendas verdes
con barbada de coral,
quién le arranca de la boca
esa rama de arrayán
y en los cascos le remacha
treinta y dos clavos de sal?)
Cuando era sólo un recuerdo
tordillo sobre la mar,
boleó sus bolas un agrio
viejo de barba feudal,
82
y se las tiró a las patas
del recuerdo del bagual:
“ — El que quiera bolear sombraj
con sombraj laj boleará”.
Debió ser cuándo. . . quién sabe?
pero el cuándo, qué más da?
De la misma lonja eterna
el tiempo cortando va
Dios, y es siempre el mismo tiento
entre cuchillo y pulgar . . .
Para saber, preguntarlo
bien al monte o bien al mar.
1945
83
UMBRAL
A “MUNDO A LA VEZ’'
EL PECADOR Y LA ABEJA
Cuando, a mitad de la oración, el ojo
izquierdo vio la abeja (“...dánosle hoy.
olvidó el pan y su celeste harina.
Habría gente cruzando las fronteras,
agolpada en andenes y suburbios,
reclamando su sitio en los teatros,
pero la iglesia estaba como siempre:
densa y abstracta edad de la amatista.
Viola volar, su dedo sucesivo
del bautisterio al pulpito, incitando
la penumbra al abril interrumpido.
Oyó el zumbido, el roce en los vitrales,
sus vaporosas galas sobre el cáliz
del ofertorio; ayer en la pradera,
en el jardín, en su opulenta cámara,
y ahora allí, libando los rincones
vacíos y los cirios, la escuchaba,
(ella olvidando las usuales órbitas,
regresando a la cera originaria)
ir del altar al polen de los muros.
Eran las once “ahora y en la hora
de nuestra muerte”, y ella lo absolvía,
remontaba las bóvedas del canto
gregoriano, volvía a las antiguas
vestiduras de piedra, a la románica
solemnidad del capitel y el báculo,
a la inocente y solitaria sangre,
y sin cesar afuera eran las once
y la ilusión de la naturaleza.
La gente iría al pie de los estanques,
a malgastar su sombra meridiana,
bullirían, abejas en las nobles
cornisas, las arañas tejerían
sus falacias geométricas, el viento
izaría el tinglado de la víspera,
y alcorzaría Dios los cirros altos.
Eran, serían las once claras,
mientras en torno al candelabro, ahora
y allí, la abeja destilaba su áureo
orden, y el hombre amaba y se abstenía.
1953
38
EL AIRE ACA
Yo
d orgulloso d pecador yo ahora cuándo
yo d excesivo
d orgulloso yo
la distraída bestia acá en secreto
<»l1a sin tino ah pero siempre
este mantd la madre aquella y la
esquina aquí
y d libro y el caballo
todo se va d orgullo
d gran hipódromo amarillo
d gran círculo, el gran
lo corre y vuelve y no
ya es otra cosa
arrepentida silba no es la misma
la herrería la puerta el hasta luego
son otras herrerías otras puertas
dirigiendo su voz es esa espiga
que me limpia la boca
ah y todo basta lo más pequeño y esta
ceniza y esta jarra de memoria
y luego
esta otra vez mi calle
y cuándo y qué la esquina y ¿cuándo? y ¿qué?
1953
89
TEORIA DEL SUICIDA
Dadle un teatro una tribuna un pórtico
dadle un balcón de gala
dadle su frac su cátedra amarilla
quiere morir al alba
o a la hora del te
dictando su discurso
con su chaleco blanco
dadle un bastón un arpa una azucena
un espejo una góndola
devolvedle los yo que le usurparon
yo en el tranvía yo bajo los árboles
yo danzando es decir él y la luna
su yo su yo sus guantes de gamuza
el actor va a cesar está vacío
su guardarropa nadie
le llame Juan nombradle
el bienaventurado el almirante
de sus yo porque es él
quien rema besa canta se extasía
ante el atrio del templo
quiere ocultar sus yo bajo una losa
blanca a la izquierda en el jardín lo avistan
le denuncian el yo desguarnecido
y él trepa al campanario y se despeña.
1954
90
LA CASA EN LLAMAS
Duro rayo cayó sobre la casa
y ayer el rojo trueno
mirando por el ojo de la llave
huyó la puerta ardiendo calle abajo
de la desierta ruina
un elefante de humo
izó la trompa en busca de su huésped
mister Pullman no estaba en la terraza
ni su mujer vestida de odalisca
Iván había ido al mitin
Douglas al tennis Luise en bicicleta
entre campos de boj
y el rayo vino rojo bailoteando
sobre el teclado eléctrico
el tejado se hundió sobre la estufa
nada ni libro ni jardín ni piano
ni cofre nada el trueno
con polvorienta lengua llamó y nadie
dijo acá estoy ni el viento
dobló la esquina o fue de plaza en corte
buscando al habitante al hijo joven
a nadie porque nadie iban los cinco
por los mares sin nadie cada uno
lamiendo su pastilla
de dorado terror sin conocerse.
11)34
91
DE ~MI ND0 A LA VEZ”
LA MADRE
Una que sin rubor
ni tregua lame el mundo
el ácido salobre amargo y siempre
y es una y una y una
madre nocturna donde afuera y nadie
se arrastra aúlla aúlla cruza a ciegas
la brasa el hormiguero con su mano
llena de leche y lástima empujando
la piedrapiedra el enmohecido cristo
de hiel y nieve y duramente sola
ella adorando la espinada y la
fría de arena sin edad caída
ella mortal pero con hojas mírala
ahogándose comiéndose a sí misma
como un alambre como un hueso como
una raíz la veo
ya escarbando ya abriéndose la cara
o más allá donde la lluvia donde
no puede más y puede con su lengua
su uña tan vieja y tan como azucena
ella besando el desastroso suelo
y el ay del tristetriste.
95
LA MANZANA Y LA FLECHA
A ALVARO TELL
Oh mis hijos
ahora y en la hora
del silbo y de la fruta
acusadme
la flecha la manzana
su doble tentación
al mediodía
a media noche
Amalia en su balcón
en sus jardines
Alvaro paseándose
oh mis hijos
buscándola ciñiéndola
acusadme
mis muslos y mi padre
y mi abuelo y las bodas por la tierra
cayendo en mí con hambre
o en la hora
de disparar a la manzana al tiempo
muriendo mi heredad hiriendo al tiempo
así naciste tú cuando el verano
y tú cuando dormía y te pensaba
oh mis hijos mis padres los amores.
96
CELEBRACION DE LA NIÑA
A SILVIA
Entonces apartadla
no es todavía el mundo
su distraído cuerpo
y tú qué le darías
mejor es respirarla
tan sin olor mejor es sostenerla
medirla
ves ahora
la catedral tan alta y ella apenas
la niña va a crecer
mirando todo
entonces apartadla
esta que oscuramente va creciendo
o ya menguando
o dando
a luz su propia sombra
la breve niña ahora dirigiéndome
textualmente explicándome la harina
como quién como quién
camina sobre el borde
estoy tan blanco
y tan cruel porque también así
no puedo verla cuando
ella promueve el mundo a su alto sitio.
‘>7
TEORIA DE LA MASCARA
Este rostro es ajeno desoídlo
ni éste ni aquel
detesto
ese bastón de niebla que me cuelga
del antebrazo el énfasis
como un faisán en el ojal miradme
soy yo y soy otro y otro
en otrísimas luces
esta máscara
es la que elijo aquí me reconozco
mis sentidos abiertos como el fuego
este busto entre el bosque es grave pero
este que invento es despiadado pero
cuando la tierra anima las mitades
hambrientas y las suelda
cuando abulta
su insobornable vientre
cada perfil se ajusta a su apariencia
cada recién
golpeando con su puño
y la unidad los colma
entonces ah el instante nos engendra
la máscara y la máscara se avienen
al Cuál y dan a luz al otromismo.
98
OH NECESARIA Y ULTIMA
Oh cuánta habitación oh cuánta casa
y tempestad
la muerte no me gusta
la lluvia sí las frutas la pintura
lamiendo las paredes
no me gusta
esa puerta tampoco ni su sala
ni el comedor la copa la sopera
esa alcoba sus muslos
no me gusta
oh necesaria y última
ni el enlutado patio donde reina
el temible laurel
ni el encantado
muro y usted
o más allá tampoco
aunque después quien sabe
será posible pero no
no puedo
ah pero no temblando no me gusta
por esta cruz con miedo
oh cuántá cuánta
casa y este relámpago que escribo.
99
CAE UNA HOJA ETERNA
Alguna vez
al centro sin aviso
cae una hoja eterna
tanto nos turba que es
necesario elegir
unos traen la causa otros la culpa
porque el prójimo llora porque hace
llorar porque lo eterno tiene vez
si no sería un azote tan oscuro
ah la hoja hela ahí sobre el amigo
muerto sobre su cara
preguntando si Dios cambió de sueño
rueda de culpa en causa
de soledad en soledad revierte
su forro su textura
el revólver las 9 el pasadizo
de la mina los hombres de los hornos
la planta siderúrgica el transporte
la armería el salón del sindicato
ah pero ya no es ya
cae otra hoja
verde con haz y envés amarillenta
que eternamente cae
como un astuto otoño sobre el mundo
100
NATURALEZA
Vi también la pezuña el ceniciento
antidiós de pie hendido
hollaba el aire
la memoria su página el absorto
color hollaba hollábase
terrible y no y él solo
era tan dulce y más
que lo pensado y que
lo creído y que la
puerta en su ahí vi el rastro
vi el ojo de la bestia
mirándome vi el hueso
con las alas plegadas
pero no vi la burla caminando
desatinadamente vi lo puro
lo vi lo vi sin perdición lo puro
vi lo que siempre y antes
vi pero vi
Dios hizo la pezuña
la puerta
y todavía.
DESNUDO
La azul la benemérita
de su cauce de alondras o de espuma
naciendo sin cesar
latiendo marmolísima
allí donde el ombligo
mediterráneo impone
su majestad y lanza
a la mejilla al pie círculos de oro
avanza Sirio entre ambos senos que
imparten dudas órdenes al viento
dormida está la azul apacentando
la lentitud del eco entre sus muslos
ahora que abro la siesta para verla
horizontal estricta gobernando
los enjambres las fraguas los viñedos
la embelesada flauta los glaciares
azulazul los gallos
de las veletas cuando
su noble vientre aísla
el curso del océano
dormida está la joven cazadora
y un abedul germina en su rodilla.
102
POEMAS POSTERIORES
A “MUNDO A LA VEZ”
EXTASIS Y PECADO
Es David.
(No soy yo)
El rey despójase
de orgullo y vestiduras. Danza el salmo.
La ofendida Michál tras la mirilla.
Jerusalem amándolo.
Es David.
Sus rodillas estatuyen
la ceremonia, el delirante rango.
Si no fuera David ¿quién lo vería?
(Acaso yo) 1930.
Un bandoneón reptando hacia la esquina
del Puerto. El bar sacrilego.
¡ Qué tango !
1963
105
HORA DE SER Y DAR
El niño que iba siendo
una palabra
el cigarrillo
un beso
el libro esta mitad
azul de la ventana
si quieres más
ah no
será lo mismo cuando
vuelvo a empezar
el niño la palabra
el cigarrillo el beso
te daría
oh diez de la mañana
sin viento qué alabanza
al levantar la mano
al ver el día
como un reloj azul
y sin embargo
qué miedo de morir de cuerpo entero.
MEMORIA DE MI CALLE
Hablo tan poco digo
buen día
cómo llueve
qué viento
qué desgracia
o cada día cada noche un perro
comiendo el digo el te diré el decía
el hasta luego
el sí perdón vecina
y a veces tanto polvo
de automóvil
tan breve poco pájaro
o amable soledad
qué tarde linda
qué plateada tocándola
buen día
equivocado porque estoy tan bueno
porque todo está ahí
como en la mano.
195G
AL SUR ¿O AL ESTE? SOLO
Hay días en que el día . . .
Completamente solo,
olvido el sur, el mundo
que Dios está pensando.
Olvido el sur, olvido
la descuidada suerte
del alma apenas mía
que Dios está pensando.
Completamente solo,
al sur, al sur, comiéndome,
bebiéndome, silbándome,
allí donde algún perro
(que Dios está pensando)
errando con el nombre
cambiado, al sur ¿o al este?
Completamente solo
si Dios me está pensando.
108
SUDESTADA
Crece la culpa. Baila
entre muralla y bodegón. La amarga
¡Pobre mujer!
La ciega, la expulsada,
oyendo el viento entre laurel y mina
entre un perro y un mar y qué miseria
esquinera de flauta y de guitarra
que apenas oye aunque la bebe y baila.
Aunque la bebe y baila oyendo cómo
el perdulario viento trae y lleva
hojas de tango, anécdotas de fin.
Hojas Olvido
tras sobre
hojas olvido.
1956
109
LA HEREDAD
Oh milenario Dios, tú dices:
— Este es el patrimonio.
Yo, sin argucias, te respondo:
— Déjame elegir.
Está el estuario todavía,
al sur, al sur;
yo soy el heredero.
Miro volver las olas, aprovecho
el instante. Al infalible
designio, digo:
— Al sur.
Toco el límite: existo.
Esto es lo mío.
Créeme, oh Dios, la nube
blanca, del mar al norte,
es justo compartirla,
que el cielo huele a crecimiento,
a madre.
l'J6
110
EL POETA; LOS POETAS
SERENATA DE OTOÑO A ESTHER
“Mas es mía el alba de oro”
Rubén Darío.
Un día supe tres espadas
la de olvidar, la de creer
y la de mieles afiladas.
Sobre ella fundo mis moradas.
De todo esto sabe Esther.
Amé las rosas: la del fuego,
la de la escarcha . . . Para ver
la rosa eterna del sosiego
púseme tan herido y ciego
como algún ángel tuyo, Esther.
Mi sombra vi y tres ríos era.
Ese era el tiempo y ya es ayer ;
éste el destiempo sin ribera;
del otro nada sé siquiera.
Si tú lo sabes dilo, Esther.
Vi tres estrellas — altas huellas
del alma — y dilas sin saber
cuánto eran en mí cada una de ellas.
Ya nadie escucha a las estrellas
y todo es estrella, Esther.
Juzgué en mis dedos las arenas
del mar, — su oscuro acontecer — ,
mis manos vi tres veces llenas
y no sé más. Sé sólo apenas
que ya sabemos mucho, Esther.
113
Estrella, rosa, espada, río,
mar, 2 de junio... Vuelvo a ver
la cara azul del desvarío
sobre este lento caserío
donde me voy muriendo, Esther.
Cuanto te digo es un instante;
lo que tú callas, sí, es el ser.
Miro la luna ya menguante
y el aire frío y sollozante
danza entre Alvaro y Esther.
Danza la tarde. No nos huya
ya más. Mirémosla crecer
eternamente joven. ¡Aleluya!
Te miro y lloro, mas es tuya
y mía el Alba de oro, Esther.
1945
114
JULIO HERRERA Y REISSIG
Lanza de miel traspasa su armadura,
lanza de ruiseñores, lanza fina;
alcor abajo, un niño de neblina
junta la sal de su canción oscura.
Una cigüeña en ascuas, transfigura
la luz llorando hierba por espina
y un mar de adioses bajo la colina
porque no quede aliento a la ventura.
Liban su frente abejas habituales.
Tejen cigarras de agua su garganta,
rumia su sombra postuma el ganado,
y arde un rumor de álamos ciriales
cuando la muerte-plata y luz-se espanta
como un corcel de rosas, por el Prado.
1944
115
FABULA DE DELMIRA
Diga el laurel del verde desconsuelo;
lamente el dulce cisne arrebolado,
divulgue el alto ruiseñor del duelo,
celebre el lirio postumo del Prado,
cante el amor con obediente lira
el delirante rastro de Delmira.
Novia del fuego, lámpara prohibida,
vid del amor, sirena huracanada,
carpa de sangre y miel, desposeída
amazona al relámpago inmolada,
voz del delirio, alumna del verano,
casta y terrible en tu dulzor humano.
El cervatillo azul de la poesía
sobre tu altar derrame su hermosura,
ciegue un ángel el cántaro del día,
llore en la sombra un niño sin ventura,
y oiga el espejo a la azorada loba
rendida ante las palmas de tu alcoba.
Cruzan buitres, perfiles sobre el muro,
la estatua hambrienta, el peinador baldío,
el abanico yerto, el palco oscuro,
un carruaje con ruedas de rocío,
y tú, sin tí, la cabellera al viento,
vistiendo las palomas con tu aliento.
116
Liba tu muslo en flor la avispa dura,
roza un sediento sátiro tu espalda,
sorben urgentes toros tu cintura,
Eros adiestra un cisne entre tu falda,
y atizas tú el adusto mediodía
hasta vencer la salamandra fría.
Adiós pampero, adiós su reja fina;
adiós el mar con su delfín de acero;
adiós la torre y su celeste espina;
adiós la siesta y su aguijón certero;
adiós la distraída, adiós la sola;
adiós la aguda edad de la amapola.
Adiós, me voy quemando llama afuera,
capitana del mar alucinado
con mi simiente en ascua por bandera,
y éste, a babor, delirio empavesado,
¡pero mirad qué amargo almirantazgo,
gimo sobre esta torre donde yazgo!
Con mi secreta niña en la garganta,
voy a partir. . . Ah, pero no: me acosa
verde tritón, volteando su volanta
de espuma, que me pide por esposa
y el inocente estuario que me mira
siembro, llorando, inédita Delmira.
CANTO A BARTOLOME HIDALGO
Donde la dulce patria, sometida,
a curva sin tormento,
es ocasión de trébol, diga el viento
su olor y su medida.
Diga la luz los tiernos territorios
de menta macerada
con que la tarde asume una jornada
de potros transitorios.
Donde el cordero pacta con el nardo
relámpagos de nieve,
estatuyan la patria azul y breve
la amatista y el cardo.
Donde alza el sur sus órdenes de espuma,
diga la luz somera
el resplandor del ceibo y la manera
ceremonial del puma.
Cuaje el maíz piramidal y diga
su ardiente arquitectura,
desde noviembre a marzo, la clausura
sensata de su espiga.
Donde establece el mármol sus reposos
yacentes de azucena,
diga, en flexibles números, la avena,
sus arcos minuciosos.
118
Diga su incauta miel la pasionaria
disciplinada y rica,
junto al ombú trascendental que abdica
su fronda planetaria.
Y la torcaz — pizarra y albedrío —
traspase con su anhelo
innumerable, el cielo, el cielo, el cielo
fragante y labrantío.
11
FANTASIA POR EL
REGRESO DE PEER GYNT
Enlutados torreros de ceniza y espanto
le apagaron el fino girasol de su canto.
Quedó solo a la orilla del mar.
Con su llanto . . . !
Olvidado en la roca de esperar los destinos
(cabra de oro. . . montaña. . . agua azul de los
[pinos . . . ) .
lo trajeron helado al hogar
los caminos.
Llora el aire una ausencia de ocas verdes, herido . . .
Araucarias de cera cavan astros de olvido. . .
Palidece el silencio al cruzar,
sorprendido . . .
‘¿Mi caballo alazán? ¿Quien lo quiere?”
[Deshecho,
su ademán, busca en vano otra luna en el techo.
Una rosa le quiere saltar
en el pecho.
Oh, Peer Gynt de los puños como estrellas! Oscura,
la mirada del mundo empeñó tu aventura.
. . . Las campanas te van a alcanzar
en la pura
soledad de los cielos y el mar. . . !
del libro “Desvío de la ESTRELLA” (1936)
120
CANCION PARA AMALIA
Un coche con seis caballos.
Sí.
Si el coche es lila, y los rayos
de sus ruedas, carmesí.
Un puente con arcos rojos.
Sí.
Si el río va por mis ojos
y no se olvida de mí.
Un viento con hojas verdes.
Sí.
Pero si tú no me pierdes
ni yo me olvido de tí.
Una paloma morada.
Sí.
Con tal que no diga nada
de los ojos que te di.
Y el día que no te nombro,
también.
Con tal que calle el asombro
quién es quién.
121
FLECHAS
LA FLECHA ORIGINAL
...y de este modo habló a Guillermo Tcll,
su hijo amenazado...
No muerte nueva, al dardo más agudo
le exigirá a la flor donde me sueño.
Mi tiempo, soy, nomás... Tu claro empeño
no desviará el instante más menudo.
No la manzana incierta en que me escudo,
me aliviará del ser, oh firme dueño:
que muerto estoy en tí desde el pequeño
tiempo de amor que en mí cumplirse pudo.
La manzana soy yo. Bien lo sabía
Adán. Semilla es muerte. Apunta, oh firme
padre, a la flor de sangre que te debo.
Sólo esta flor ha sido toda mía.
Yo soy tu muerte y no podrás herirme.
Mi tiempo es tuyo. Mátalo de nuevo.
125
LA FLECHA INNUMERABLE
Esta es, Zenón, mi rosa ... En su secreta
forma me albergo, fiel a su reposo.
De su inocente bien y paz y gozo
desvío el pedernal de tu saeta.
Líbrame del instante que me reta,
mas no, Zenón, del tiempo melodioso
que me engendró al pasar. Su numeroso
sueño proclama y su razón respeta.
Devuelve el ser al ser, Zenón de Elea,
y el designio de cántico a que aspira
me alivie ya de rosa vulnerable.
Arde la rosa : luego existo . . . Sea
su dulce pausa el tiempo que delira,
y absuélveme del dardo innumerable.
194
126
LA FLECHA ARDIENTE
VIRGILIO, “La Eneida",
libro 5", 500-545.
Si ala ninguna, flecha sin cizaña
disparo al alto cielo sin historia.
Si ave ninguna, sí tu trayectoria,
dardo sin fin que sólo a si se daña.
Ala ninguna, el cielo . . . No lo empaña
sino tu aguda fuente transitoria.
Sólo tu ardiente fin, y la victoria,
sólo, del humo tierno de su caña.
Sólo su rastro. Sólo su suceso.
Sólo su fin, en llama paulatina;
sólo su flor, en vástago sin peso.
Sólo su fin sin fin, y su consuelo
de silbo y luz, oh flecha peregrina
clavada en mí, mas éxtasis del cielo.
1947
127
TRAYECTORIA BIOGRAFICA
Alvaro Figueredo nació en Pan de Azúcar, Departamento
de Maldonado, Uruguay, el 6 de setiembre de 1907.
Entre los años 1924-26, se traslada a Montevideo, donde
cursa estudios de Enseñanza Secundaria y magisteriales.
En 1927, pasa ese año en el Rincón de Olivera, lugar de
chacras, casi todo campo. Su estancia en el lugar sellaría ya
para siempre su vida y gran parte de su obra.
En 1932 obtiene el título de maestro de Enseñanza Pri-
maria. Casi toda su labor docente, como maestro y profesor,
la cumple en la Escuela y en Liceo de Pan de Azúcar.
El 18 de julio de 1935, contrae enlace en la ciudad de
Maldonado con Amalia Baria, maestra fernandina, de cuyo
matrimonio nacieron dos hijos: Alvaro Tell y Silvia Amalia.
En 1936, edita su primer libro de poesía — “Desvío de
una estrella” — , y el periódico literario “Mástil”. A su inicia-
tiva, y desde esas páginas, se debe el proyecto y realización
del 1er. Congreso de Escritores del Interior, realizado en 1938,
en el Ateneo de Montevideo.
En 1944, se traslada a Florida y da lectura, al pie de
la Piedra Alta, a su “Canto a la Independencia Nacional .
En 1946, viaja hacia Colonia, recitando allí la “Oda a
la Paz después de la Victoria”. De esta época data su “Canto
a Iberoamérica”, distinguido con mención especial en los
Juegos Florales de México (1946).
Colaboró durante años en la revista escolar “El Grillo”,
editada por el Departamento de Publicaciones del Consejo de
Enseñanza Primaria y Normal, recopilándose luego estos tra-
bajos en el volumen “Estampas de nuestra tierra”, bajo el
título de “Diario de Goyito”. En ese mismo año de 1946, y
con el ensayo “Contralor del trabajo escolar”, alcanza el
primer premio del “Concurso anual entre maestros y profesores
normalistas”, organizado por dicho Consejo.
Con la “Exaltación de Bartolomé Hidalgo”, obtiene en
1952 el primer premio del concurso literario del Ministerio de
Instrucción Pública.
129
En 1956, publica su segundo libro de poesía: “Mundo a
la vez”, y en 1964 es designado miembro correspondiente
de la Academia de Letras del Uruguay.
Escribió numerosos ensayos y estudios de literatura uru-
guaya: “Sentido y trayectoria del pensamiento arielista de Rodó”;
“Lo fáustico en la narrativa de Francisco Espinóla”; “Viaje a la
poesía de Roberto y Sara de Ibáñez”; “María Eugenia Vaz Ferrei-
ra y la soledad”; “Vecindad de Esther de Cáceres”, etc. De li-
teratura española y americana: “Vida y obra de Cervantes”;
“El mundo humano y plástico de Los trabajos de Persiles y
Segismunda”; “Cómo aman los poetas”; “Visión de Martí”;
“María”, la novela que hizo llorar del Cauca al Plata”; etc.
completándose con algunos ensayos autobiográficos: “Destino
y desatino de un gallito Verde”; “Sentido del campo en mi
vida y en mi poesía”; “La soledad del poeta en la tierra”, etc.
Fallece en su casa de Pan de Azúcar, en la tardecita del
miércoles 19 de enero de 1966. Una estela de piedra colocada
en la plaza de su pueblo perpetúa su memoria.
130
INDICE
— Prólogo, por Arturo Sergio Visca
MIS OTROS
Romance de Abel Martín
Señal en la niebla
1. - Niño y reloj de arena
2. - Niño y racimo de uvas
3. - Niño y luces australes
Alvaro nupcial
Sí, pero no
Nocturno del miércoles
Vergüenza de morir
Narciso enlutado
Mis otros
Pág.
5
11
14
15
17
19
21
22
23
24
25
26
FABULA Y PAISAJE
Fábula del toro
Fábula de setiembre
Fábula del delfín
Caballo en vilo
Caballo junto al mar.
Acta territorial
Elegía de abril
Arbol lleno de abejas
29
30
31
32
33
34
37
38
Pág.
HISTORICO REGIONAL
Descubrimiento del Uruguay 41
Exaltación de Bartolomé Hidalgo 45
Romance de la Batalla de Las Piedras 50
Romance de la Declaratoria de la Independencia 59
Romance del candil desvelado 69
Romance de ' tío Narciso 72
Romance para acompañar a un difunto 77
Romance del potro de la verde señal 80
UMBRAL A “MUNDO A LA VEZ”
El pecador y la abeja 87
El aire acá 89
Teoría del suicida 90
La casa en llamas 91
DEL LIBRO “MUNDO A LA VEZ” 1956
La madre 95
La manzana y la flecha 96
Celebración de la niña 97
Teoría de la máscara 98
Oh necesaria y última 99
Cae una hoja eterna 100
Naturaleza 101
Desnudo 102
Pág.
POEMAS POSTERIORES A “MUNDO A LA VEZ”
Extasis y pecado 105
Hora de ser y dar 106
Memoria de mi calle 107
Al sur ¿o al este? solo 108
Sudestada 109
La heredad 110
EL POETA; LOS POETAS
Serenata de otoño a Esther 113
Julio Herrera y Reissig 115
Fábula de Delmira 116
Canto a Bartolomé Hidalgo 118
Fantasía por el regreso de Peer Gynt 120
(Del libro: ‘‘Desvío de una estrella”)
Canción para Amalia 121
FLECHAS
La flecha original 125
La flecha innumerable 126
La flecha ardiente 127
— Trayectoria biográfica
— Contraportada: Noticia autobiográfica
129
TERMINADO DE IMPRIMIR EN
EL MES DE ABRIL DE 1975
EN IMPRESORA REX S. A
GABOTO 1525 • MONTEVIDEO
COMISION DEL PAPEL
EDICION AMPARADA EN EL
ART. 79 DE LA LEY 13349
NOTICIA
AUTOBIOGRAFICA
de ALVARO FIGUEREDO (1907-1966)
“Al principio era el amor. Mi abuelo madrugó, cogió un
puñado de virutas para encender el fuego y se puso a silbar .
Estaba alegre porque les había nacido una niña. Esa niña seria
mi madre.
Al año siguiente mi abuelo fundó un pueblo al pie del
cerro, lo llamó Pan de Azúcar y se restregó las manos.
Un año después hizo construir una casa de piedra y un
aljibe de brocal alto, con un arco de hierro forjado donde
todavía se lee: 1875.
La niña creció, regó los arriates de espuela de caballero,
bordó un almohadón, escribió postales y una vez se disfrazó
de Noche, con un largo vestido de tul negro, lleno de estrellas
doradas. Y pasó el tiempo. Y la niña era una joven.
Entonces, en un caballo zaino llegó un jinete de Pando.
Se apeó al pie del cerro y obsequió a la joven una “ Carina ”
de Madame de Stael. Y, a la sombra de una magnolia, llegaron
los hijos. Yo,, el último, cuando no me esperaban ya. El sol
estaba en Libra y se sacrificó una gallinu negra para ofrecer
su caldo a la parturienta.
Crecí, y .sucesivamente, desee ser obispo, cazador, carpin-
tero, astrónomo, poeta. Y escribí versos, el primero de ellos
sobre la arena del Ilío de la Plata. Los últimos que pronto duré
a la imprenta, suman un poemario para niños, que se titula :
“A. B. C. del Gallito Verde".
Y a propósito de poesía, ¿sabían ustedes que yo escribo
cuentos? No he escrito muchos y sólo he publicado tres.
Como que se nutren de. expericjtcim diversas, creo que la
narración debe resistir a filtraciones lírica. Aunque, en
verdad, está ocurríendr/rfa iotttr tirio. ‘ÍD^iñbala prosa, especial-
mente la prosa novetqífaf hu hecho tanto it^h. ptfr no decir abuso,
del ingrediente poélfcq"/ decía, hace, veinte <itñn Jales Uomains.
Antes que transformar lo real en lo P <j0a le, prefiero con-
vertir lo posible en' real. Es el único contuctfa can la poesía del
que no puedo prescindir."
’■ v
♦